sábado, 20 de agosto de 2016

Jarritas islámicas de Elche y Cehegín hechas por las misma manos.

 
    

Jarritas islámicas de Elche y Cehegín hechas por las misma manos.

En las colecciones del Museo Arqueológico de Elche, MAHE, hay una jarrita recuperada en la intervención de urgencia de la calle La Fira, 6, dentro de la medina islámica de Ils, que destaca por su singularidad. De cuerpo globular, ancho y bajo, con dos asas fuertes de sección oval pegadas casi al borde, presenta un resalte en la parte inferior y base convexa, que indicaría su colocación sobre reposadero. Servicio de agua, quizás sobre pileta de abluciones. El cuello es más estrecho y bajo. Pintada con óxido de manganeso, está dividida por seis líneas gruesas horizontales que enmarcan cinco frisos decorados. De abajo arriba, retícula delimitada por dobles trazos paralelos enmarcando rombos decorados con lotiformes. En el segundo friso, doce triángulos
apuntados hacia arriba rellenos con retícula de líneas finas y muy juntas. En cada espacio entre ellos, un grafismo pequeño . En el tercer friso, una cuarentena de dobles líneas verticales paralelas que terminan en un pequeño triángulo, vuelto a derecha en un línea y a izquierda en la otra,, simétricos, como un esquema epigráfico, dejando cada par de líneas espacios iguales, con dos puntos en la base de cada espacio. El cuarto friso repite la retícula del primero, aunque a una sola línea, dejando cuadrados inclinados cuarenta y cinco grados, con punto central, y el friso junto al borde repite el segundo friso, de nuevo triángulos reticulados, y grafismo en los espacios en blanco.
La cronología es del XII-XIII.





Jarrita pintada islámica, Museo de Elche, fotografiada por Alebus.
 Excavaciones de calle la Fira, 6. Medina islámica de Ils.



Otra pieza, procedente de intervenciones en la Cuesta de las Maravillas, casco antiguo de Cehegín, la antigua Alquipir, es sorprendentemente similar. Está siglada como pieza 521 del Museo de Cehegín. Se parecen tanto que apenas podría variar en algo la descripción antedicha para la pieza ilicitana. Ambas presenta también en la curva de las asas un trazo circular.






Jarrita islámica pintada al manganeso. Cuesta de las maravillas, Cehegín.
Museo Arqueológico de Cehegín.


Cehegín tiene sus orígenes en un yacimiento próximo a la población actual, el Cabezo Roenas (o de las ruinas), Begastri, que en época visigoda fue, como Elche, sede episcopal . Ambas aparecen en las capitulaciones conocidas como Pacto de Tudmir, y hoy sabemos que además de la vieja Begastri, el lugar tardoantiguo, el nuevo asentamiento en época islámica se denominó as-Sinha¯yˆyin, nombre del que derivaría el actual Cehegín (según Carolina Doménech en su trabajo sobre el tesorillo islámico de Begastri). Su castillo de Alquipir hoy prácticamente ha desaparecido, pero en las calles que suben a su antiguo asentamiento existió el poblamiento musulmán, lugar del hallazgo de esta jarrita idéntica a la de Elche. Este castillo debió erigirse en torno al siglo XII, según revelan las cerámicas halladas en su entorno.



Cerámica islámica

Considero que este paralelismo es extraordinario, pues no tratándose de piezas a molde, sino a torno, y tan profusamente decoradas, la observación minuciosa no permite otra conclusión que atribuirles no sólo un mismo alfar de procedencia, sino el mismo artesano decorador. Son jarritas hermanas, gemelas. Diría que están torneadas y decoradas por la misma persona. ¿Estarán hechas ambas, por las mismas manos, en el alfar ilicitano? ¿Procederán ambas de un alfar de otra localidad con una amplia distribución? Recorrer la distancia de Elche a Cehegín, o a la inversa, en el siglo XII o XIII, transportando una mercancía extremadamente frágil y de escaso valor económico no parece muy razonable. Esta identidad, unida a la distancia de ambas localidades, considero que da un valor especial a este feliz hallazgo.



viernes, 19 de agosto de 2016

El latón u oricalco: blenda y calamina de la Sierra de Cartagena.



El latón u oricalco: blenda y calamina de la Sierra de Cartagena.



La corta Sultana, cantera a cielo abierto en el Llano del Beal.

Al este de la ciudad de Cartagena se levanta la sierra minera, entre el Mediterráneo y la llanura del Mar Menor. Sus relieves más altos no superan los 450 metros, en forma de cerros o cabezos.
Durante el neógeno se vio afectada por fenómenos volcánicos,que generaron depósitos minerales ricos en plomo, plata, hierro, zinc, manganeso, y en menor proporción cobre y estaño.


Bloque de sulfuros polimetálicos. Predomina la blenda, aunque contiene galena.



Desde hace dos milenios y medio este excepcional lugar ha sido explotado por la minería. Cartagineses y romanos primero, y un fuerte auge durante la segunda mitad del siglo XIX y primera mital del XX.



Instalaciones mineras durante el auge de las explotaciones de la sierra: La Unión, Llano del Beal, Portman, Alumbres, Escombreras... todos los pueblos crecieron en población y los cerros fueron sistemáticamente prospectados.



Blenda ferrífera. Llano del Beal. La minería del zinc y el hierro sucedieron, por ese orden, a la del plomo, que desde antiguo fue extraído principalmente para obtener plata.

En este blog hemos considerado los metales desde la perspectiva de su uso en la antigüedad, y hemos comentado sobre el cobre, el bronce y el hierro, como materias cuyos procesos de obtención y después su uso han sido utilizados por los historiadores para caracterizar períodos. También hemos presentado aquí alguna entrada sobre el plomo y la plata, tan ligados entre sí por el proceso de obtención de esta última, y su valor histórico y económico como medio de pago.


El cobre nativo es una rareza. La obtención del cobre se llevó a cabo a través de otras menas, como la calcopirita o los carbonatos, malaquita y azurita. Ni el cobre ni el estaño alcanzaron nunca la importancia en esta sierra del plomo o la plata. Los alumbres, las calaminas, la minería del zinc y del hierro y manganeso se suceden en etapas históricas ligadas a la demanda de estos minerales, es decir, su precio, a las leyes que regularon la explotación y la tecnología minera y metalúrgica.



La malaquita y la azurita son fácilmente detectables por los prospectores mineros, por sus coloraciones.


Calcopirita, mena de cobre.


En la Sierra Minera de Cartagena, dejando a un lado la explotación del hierro para uso industrial, reciente, han sido galena de plomo y blenda de zinc los minerales más abundantes y buscados, a menudo unidos en forma de sulfuros polimetálicos.


Filón de marmatita.


Nos preguntamos aquí por el valor del zinc desde una perspectiva histórica. ¿Fue aprovechado por los romano? ¿Para qué? Hoy no cabe duda que su uso industrial es diverso e importante, pero no es nada habitual mencionar este metal referido a la antigüedad, excepto como calamina.


Medalla de latón. Su color amarillo, semejante al oro, y su ductilidad, lo hacen un metal útil y apreciado para múltiples usos.


Tampoco los romanos conocieron el indio, el germanio o el galio, que se obtienen de las blendas, ni los procesos metalúrgicos para separar del zinc el cadmio, que sí usaban bajo la denominación de calamina.
La blenda es la principal mena del zinc, metal que se utiliza hoy para galvanizar el hierro impidiendo su oxidación, y que aleado con el cobre da el latón.



Cristales de blenda. Llano del Beal.

Es un mineral oscuro, pesado y brillante, y a menudo aparece entremezclado con la galena, que es de color gris plomo, con exfoliación cúbica perfecta, brillo más metálico, más blanda y más pesada. Distinguirlas era importante para los mineros del plomo, del cual buscaban su contenido en plata, por lo que se dice que la palabra blenda viene de “ofuscar” en alemán. Su aprovechamiento minero en la región del sureste ha tenido gran importancia, destacando los distritos de Cartagena, La Unión y Mazarrón. Otras mineralizaciones menos importantes se dan en las poblaciones de Águilas, Lorca y Zarzadilla de Totana. La variedad de blenda de esta región es la denominada ferrífera, o marmatita, bien en masas granudas o agregados de cristales.




Blenda ferrífera masiva. Corta Sultana.



Galena de Carranza.


El latón es conocido desde antes de que el mismo zinc, como metal, fuese descubierto. Entonces se producía latón mediante la mezcla de cobre con una fuente natural de zinc, la calamina. Con este término designaban los mineros la mezcla que aparecía frecuentemente en la parte alta de las minas de cinc, en las monteras. Allí encontraban la hemimorfita, la smithsonita y la hidrocincita, de cinc, reconocibles por su color blanquecino.
Se cita recurrentemente el hallazgo de una mina de calamina en una aldea romana, en Breinigerberg, Alemania. La aleación de la calamina, aun sin conocer el metal zinc, con el cobre, da como resultado un metal brillante, amarillo, no rojizo como el cobre, susceptible de ser pulido y parecido al oro, el oricalco, etimológicamente cobre de montaña, que es el nombre antiguo del latón.


Réplica de un espejo romano en latón pulido y bruñido.


En España, en la segunda mitad del siglo XVIII surge en la actual Riópar (Albacete) un complejo metalúrgico conocido como Reales Fábricas de Alcaraz, dedicado a la obtención y manufactura del latón. El hallazgo de un importante yacimiento de calamina , la mina San Jorge, uno de los más importantes de Europa tanto por la calidad del mineral como por su abundancia y facilidad de explotación, por parte de un ingeniero austríaco, Jorge Graubner, mineral que aleado al cobre que se hacía traer de Ríotinto y últimamente en lingotes desde Bilbao, dio lugar a las fábricas de las que salieron multitud de objetos de latón: braseros, almireces, campanas, cazos...


El almirez de latón era patrimonio doméstico en cualquier lugar.

A este hallazgo de calaminas le siguió otro de importancia, en 1.863. Casi pegado al mar, cerca de Escombreras, bajo una capa de pizarras, un criadero de 80 metros de espesor de calamina que, de inmediato, fue adquirido por capital extranjero, bautizado como La Dichosa, y cuya producción, calcinada a bocamina, era exportada a Bélgica. Poco después se iniciaría la explotación minera del hierro, cuando disminuyó la cantidad y la ley de los minerales plomizos tradicionalmente explotados en la sierra, y el hierro creció en su demanda internacional conforme avanzaba la industrialización.


Una peseta de latón de la II  República.


Las citas de escritores griegos sobre el latón u oricalco incluyen a Hesíodo, que nos describe de este metal las grebas de Herakles, cinceladas por Hefesto; a Homero que en un Himno a Afrodita describe sus arracadas o pendientes como de oricalco, o al mismo Platón, que lo relaciona con la Atlántida y lo considera el metal más valioso después del oro. Los autores romanos reiteran este valor: para Flavio Josefo, los vasos del Templo de Salomón eran de oricalco. De particular interés es la descripción de Plinio el Viejo que atribuye al oricalco un uso más prosaico y comprobado hoy, el de hacer cospeles para acuñar monedas, pues era el que mejor absorbía la cadmia para hacer sestercios y dupondios. Estas monedas se ha comprobado están hechas al 80% de cobre y el 20% de cinc, es decir, de latón, y esta aleación en aquel tiempo valía el doble que el cobre puro para el mismo peso.


Bajo la pátina con que suelen aparecer las monedas antiguas se descubre el color original. Sestercio de latón, que debió ser dorado y brillante recién acuñado.

Al menos por la numismática sabemos que se usó con gran profusión el latón, y que se consumieron muchas toneladas de esta aleación para acuñar moneda, que se distribuía por todo el imperio. Las monedas recién acuñadas serían muy relucientes y doradas, asemejándose al oro.


Restos de un crisol de fundición, de grafito.A la actividad minera acompaña la metalúrgica.


Hoy se ha puesto de moda en arqueología el olvidado orichalcos griego, debido al hallazgo en aguas de Gela, Sicilia, de un pecio fechado en el s. VI a. C. en el que se encontraron 39 barras de un metal que, analizado, resultó ser una aleación de cobre, zinc, casi sumando el 99 %, y mínimos residuos de hierro y de plomo. Se ha hablado en noticiarios arqueológicos del metal de la Atlántida,


Por el pecio de Gela constatamos el comercio del valioso oricalco seis siglos antes de Cristo.


En conclusión: el latón era muy apreciado en la antigüedad, y necesita de calamina para obtenerlo. Los romanos lo usaron con profusión, dándole más valor que al cobre puro, para acuñar moneda. ¿Pero qué pasó con decenas de miles de toneladas de blenda metálica? ¿Eran desechadas a la escombrera en la selección de las pintas de galena de plomo? 


Moneda de plomo, II República española.

Pienso que una buena parte de esta blenda, de aprovechamiento desconocido entonces, pasaría a los lavaderos, por ir mezclados ambos minerales con frecuencia. Supongo que la flotación permitiría separar el plomo, más pesado, ¿y la blenda? No será hasta 1.860 cuando se comience a utilizar para producir zinc industrial.


El paisaje minero. La Unión.



Durante el reinado de Fernando VII se inició una nueva etapa en la minería cartagenera. Se reabrieron los antiguos pozos mineros romanos, y al mismo tiempo se procuraba el beneficio de las antiguos escombreras romanas. Las nuevas tecnologías industriales permitían extraer rendimiento de los restos de minerales en su día no aprovechados. El esfuerzo se concentró en la obtención de plata, con treinta y ocho fundiciones de este metal en Cartagena. Pasada la mitad del siglo, gracias al vapor, se inició la explotación de la blenda ferrífera para obtener zinc.


Pliegue de pizarras en el sector central de la sierra. Los filones de mineral encajan entre pizarras y calizas.


Crisol con restos de cobre. Sancti Spiritus.

 ¿Se recuperaron los millones de toneladas que debía haber en las escombreras? ¿Se optó por arrancar más mineral, con el inicio de las explotaciones a cielo abierto? No lo sé. Al menos creo que he aprendido a dar más valor al esfuerzo para obtener metal de los hombres a lo largo de los siglos. Y también a comprender la relación estrecha que existe entre la minería, la metalurgia, la industria y nuestra sociedad de consumo, ¿no te parece, amigo lector?


Crisol y metal fundido.

jueves, 11 de agosto de 2016

La morería de Elche, Ils.

                                         
                                              La vida en la morería de Elche, Ils.

A menudo pasaba el calor de la tarde en el alfar de mi tío Yakub; entre sus muros de tierra y yeso reinaba la sombra y la conversación pausada. Solía acudir algún vecino, amigo de mi tío, y ellos charlaban mientras el torno giraba, con el sonido cercano de la acequia. Mi primo Ahmad ayudaba decorando algún cacharro ya terminado. Y con Qasim el aprendiz, un niño de mi edad que pisaba el barro y pegaba las asas a las jarras, entreteníamos las horas hablando de nuestras cosas.

                                                              Yakub, alfarero de Ils.

                                                                  En el alfar de Elche




El alfar estaba al borde del camino principal, rodeado de huertas, allí donde discurría el agua.


Al oscurecer refrescaba un poco, entonces recogíamos los cacharros que se habían secado al sol y los protegíamos de la humedad de la noche. Luego, salíamos a pasear hasta la hora de cenar.


En los callejones de los artesanos iban cerrando los talleres: saludábamos uno tras otro a los que se disponían a acudir a la plaza, a ver a los amigos. En esa hora del atardecer todo se animaba, y se formaban corrillos de hombres con ganas de disfrutar de la charla, recostados junto a las tapias, o en una casa donde un sirviente preparaba el te verde.





El más viejo de todos los artesanos era el cordelero, que tenía manos como sarmientos. El más charlatán, el talabartero. El olor del cuero impregnaba la callejuela.


 Otros eran maestros del telar vertical, manejando la urdimbre entre lanas de coloras con calma. Se decía que los tapices y alfombras de Elche eran los más bellos de Al Andalus.



 Las niñas, al terminar su recitación en la madrasa, dedicaban unas horas cada día a trabajar en los telares de seda, el tejido más preciado, por tener las manos pequeñas y gran habilidad en los dedos.


 También un alarife había montado un tallercito de celosías, talladas en yeso, y tenía también varios niños como aprendices, que arañaban con gubias los dibujos primorosos del maestro.


Los caminos entre los huertos de palmeras se llenaban de campesinos que volvían con las últimas luces. Unos sobre su asno, cargados de verduras, otros a pie, a veces en pequeños grupos, contentos del trabajo terminado.





Los niños salían a recibirlos, los saludaban por sus nombres, mientras jugaban con el agua de las acequias. También las vecinas, dejando los patios, salían a la puerta de las casas y comentaban los sucesos del día. A esa hora el aire se llenaba de aromas vegetales, el calor se iba disipando y se hacía el silencio.




Fueron años felices vagando por los rincones de mi Elche, ciudad espléndida para mis ojos. 




Envuelta en la frondosidad de millares de palmeras, delicia de los mirlos, y atravesada por el río de agua limpia y salobre, era un contraste hermoso entre la aridez luminosa de sus sierras, llenas de bellos rincones, y el paraíso de sus huertos, donde bajo las palmeras crecía el aromático limonero, el granado y un sinfín de frutas, verduras y flores, que bebían el agua que corría por un sin número de azarbes. Decían los viejos que Ils estaba bien guarnecida, con su fortaleza junto al río, sus murallas, sus puertas y, más al norte, un puesto de vigía a cada lado del río.






De entre mis paisanos destacaba por su sabiduría un viejo sencillo, llamado Umar, que elaboraba jabones, cera, colas de resina, y muchos afeites. Sus padres y abuelos habían hecho ese trabajo desde muchas generaciones, en la misma casucha junto al cauce del río. Contaba historias a quien quisiera oírlas, de tiempos antiguos, de rumíes y godos, de ruinas y leyendas. Decía descender de moros de Murcia.



Cada día, al salir el sol, los campesinos volvían a sus tierras. Las más alejadas, tierras de cebada y algo de trigo, de olivos, de algarrobos y almendros. Las más cercanas, de huerta y frutales. Del camino que va a al Muwalladin, que pasa junto al alfar de mi tío, a los que van a Orihuela pasando por Tall-al-Jattab, o a Luqant, con su Puerta Hermosa junto a la Calahorra, o a Santa Bulla, junto al mar, se ven salir ganados de ovejas y cabras, mujeres a lomos de borriquillas y cuadrillas de hombres que pasarán el día trabajando en el campo y volverán al anochecer a sus casas.






El mercado se agita con el ir y venir de los vendedores de legumbres, verduras y fruta, instalando sus puestos. Los comerciantes tienen sus tiendas y abren más tarde: al mercado de Ils vienen de toda la comarca a comprar tejidos, alfarería, especias, y muchas cosas más. Los guardias del caid vigilan las puertas, y los del almotacén los puestos de venta.















Los niños vamos del mercado a las calles más transitadas, del patio de uno al de otro, por juntarnos. Cada día es una sorpresa: correr maderas en la acequia, bañarse en el río, cazar pájaros, asomarnos a los talleres, observar a los viajeros importantes que entran por las puertas de la muralla a caballo...







Cuando el sol está alto, mientras los ancianos sestean junto a los muros, subimos a jugar a los tejados, curioseamos a los grupos de hombres que comentan cualquier novedad en las plazas o junto al castillo.



 Otras veces buscamos dátiles maduros en los huertos, o almendras, o molestamos al aguador.










Vamos hasta la noria, o al partidor del agua, donde se lava la ropa, a jugar o a bañarnos. Pero ir a los baños no se nos permite. Tampoco faltar a las lecciones en la madrasa, ni llegar tarde a comer.




Después de la siesta, me gusta volver al alfar. Allí puedo encontrarme otra vez con mi primo Ahmad y con Qasim, el aprendiz. Al caer la tarde, volverán a pasar por el camino que viene desde las ruinas del despoblado encantado de los rumíes, los campesinos, los ganados,... y esperar una vez más la noche cargada del aroma del jazmín.